4 (II) Sabiduría de Dios para el Hombre y Krística de una Razón Pura
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- Jun 18, 2024
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Updated: Jul 12, 2024
II. Sabiduría de Dios para el Hombre: sin embargo, esa Sabiduría de Dios para el Hombre es distinta de la que opera de forma “automática” o sin consciencia de sí misma en el resto de seres y cosas de Su Creación, pues Dios ha dado al Hombre la capacidad de poder ser consciente de sí mismo y libre albedrío para querer o no querer ser consciente de sí mismo y, por lo tanto, trascender su condición animal en la Mediedad y en el Reino de los Medios -sometidos ambos a las leyes universales que gobiernan todo aquello que es de naturaleza perecedera- y alcanzar la dignidad de servir (ser útil) al Reino de los Fines y, por tanto, a la preservación y evolución del Todo Perfecto desde la Bondad Infinita e Inmutable, Siempre Alegre, Universal y Libre: la región de Dios que es Dios de los Padres y Padre de los dioses, el Eterno, de quien todo depende y en quien todo se asienta (BG 9:4), Señor de los Cielos, de la Tierra y de todo lo que hay entre ambos para quienes creen (Cor 26:23), Artífice de todo lo que existe (Sab 13:9 y Porv 8), Dios Altísimo que se ha de conocer para alcanzar la dignidad de lo eternamente eterno (BG 9:17-18, Jn 17:3) y de quien proviene toda Sabiduría.
Anhelar la Sabiduría de Dios para el Hombre y darse a ello es perfecta inteligencia (Sab 6:15), porque con ello comienza la comprensión de que todo está diseñado por Él para cumplir una función perfecta dentro de Sí Mismo, y empieza, simultáneamente, en el hombre la toma de consciencia de sí mismo y de que, a pesar de esa apariencia de ínfima, minúscula y “casi inexistente” partícula subatómica que es dentro de esa Unidad perfecta, EXISTE PORQUE PARA DIOS HA SIDO ABSOLUTAMENTE SIGNIFICANTE, EXISTENCIABLE Y NECESARIO PARA EL TODO: “Tú tienes compasión de todo porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Porque amas todo cuanto existe y a nada de lo que hiciste tienes aversión, pues, si algo odiaras, no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistiría nada si Tú no lo quisieras? ¿cómo podría conservarse si no lo hubieses Tú llamado al Ser? Pues, Tú todo lo perdonas porque todo es Tuyo, Señor, amigo de la Vida” (Sab 11:23-26).
Y esta contemplación del Ser particular como necesario, significante y existenciable dentro del Ser Único Universal que es Dios, es la que lleva a entender que SOMOS EN ÉL COMO ÉL EN NOSOTROS, SIENDO EL TODO MAYOR QUE LA PARTE Y LA PARTE NECESARIA PARA EL TODO (Jn 14:28, 14:11 y 10:30): “dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí …/… La primera comienza por el sitio que ocupo dentro del mundo exterior de los sentidos y amplía la conexión en que me hallo con una inconmensurable vastedad de mundos, metamundos y sistemas, en los ilimitados tiempos de su movimiento periódico, de su comienzo y perdurabilidad. La segunda parte de mi propio yo invisible, de mi personalidad y me escenifica en un mundo que posee auténtica infinitud, pero que sólo es perceptible por el entendimiento, y con el cual (más bien a través de él con todos aquellos mundos visibles) me reconozco, no como allí en una conexión simplemente azarosa, sino con una vinculación universal y necesaria”[1]: “la propia perfección como fin que es a la vez deber y la felicidad ajena como fin que es a la vez deber”[2].
[1] CRPr: “Colofón” y su paralelismo con Ef 3:14-20.
[2] MC: “Principios Metafísicos de la Doctrina de la Virtud”.
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